viernes, 24 de octubre de 2014

Manos a la obra

Por fin vinieron a arreglar la ventana. Es contaros que no venían más que a adorarla y, ¡tate!, a los dos días aparecieron por aquí a ponerse manos a la obra. Iba a decir que con herramientas pero, tampoco nos pasemos. “Pon cinta de carrocero alrededor de la ventana mientras echo un vistazo aquí” grita uno desde el tejado (sí, también hay problemas por allá arriba). “Es que no traemos” dice el otro tan campante… “Pues vete quitando lo otro con el cutter” le dice el de las alturas. “Es que nos lo hemos dejado en la furgo” le contesta el otro. Preludio de cómo se iba a desarrollar todo. “Pues no te quedes ahí parado y baja a por ello”. “Vale… ¿qué piso era? Pues ahora mismo vuelvo”. 15 minutos tardó la criatura, y tiro por lo bajo, en coger ascensor, bajar, abrir la furgoneta aparcada a 2 metros de la puerta y coger caja de herramientas. Llama al telefonillo, sube de nuevo en el ascensor y ya está. Parece fácil, ¿verdad? Pues tiene su dificultad al parecer. 

Resulta que se había olvidado el piso, también. No puedo deciros qué estuvo haciendo ese cuarto de hora en el portal del edificio sin probar a llamar a ningún timbre o sin asomarse hacia la calle dónde nos vería a la perfección, puesto que estábamos tres personas en la terraza… La cuestión es que cuando ese tiempo indeterminado (en muchos aspectos…) terminó, se le encendió la luz y pegó un grito. Aún bajó de nuevo, esta vez a la ferretería. Así no hay quién cosa un tocado, oiga… si es que no… Hay un contubernio orquestado contra La balaca.

No haré comentarios sobre su aspecto, porque si quieres hacer una sátira sobre la profesión, (maravillosa e imprescindible, por otro lado) no podrían ir mejor caracterizados…, vamos, pensé que me estaban gastando una broma cuando les abrí la puerta. Me puse a buscar si había cámaras ocultas, no os digo más.  Nunca me pareció tan imprescindible mi suegro en una situación, y eso que le adoro, pero si no llega a estar presente, no sé qué hubiera sucedido…

Como eran veloces como el rayo, quedaron en volver por la tarde a terminar su trabajo, peroa las 14.15 ya estaban llamando al timbre, maravilloso. ¿Quién necesita hacer sus cosas, recoger a su hijo del colegio o comer? Bah, qué tontería… nimiedades.

Lo más grande fue a la mañana siguiente cuando quise subir la persiana… seré tikismikis, ¿para qué subir o bajar la persiana pudiendo quedar estupenda en el medio, inamovible, y evitarme una pesada tarea? De veras, cómo soy… qué ocurrencias. ¿Os imagináis verdad? No, no subía. Y tampoco bajaba. Igual había que haber echado la espuma de poliuretano con algo más de cuidado, se me ocurre…

Y venga, Ismael, que así se llamaba el obrero, viene de nuevo a visitarnos… otra vez la casa echa un cristo, ese olor indescriptible, mis tocados  y sombreros acurrucados en un rinconcito libre de problemas, polvo y accidentes… y yo cose que te cose entre que abro y cierro la puerta de la terraza. 

Confieso que hubo un momento que tuve ganas de usar una pistola por primera vez en mi vida, de silicona, por supuesto. Otra vez que estaba mi querido Tinín para evitar que sucediera algo irreparable, o en la ventana o con la pistola de silicona… Tengo pocos recuerdos de la serie “Manos a la Obra”, pero creo que debía ser algo parecido a esto. Claro, luego ves a los “Hermanos Inmueble” (Property Brothers en Divinity) y te das cuenta cómo nos engañan…

Es viernes, la ventana está arreglada, Roque no ha ido al pediatra esta semana, le quedan tres días para cumplir 5 añazos y con mucho esfuerzo e interrupciones he conseguido terminar tres tocados nuevos. Arantxa y  Ana, preparaos que empieza la cuenta atrás para la sesión de fotos. También os digo que he amenazado a otra mamá (Bea, bonita, es todo de broma, tú lo sabes, pero ¡sígueme!…) para que me siga en Facebook y he tenido ganas de utilizar un objeto peligroso con fines poco éticos. Ya sé por qué me he convertido en un moco gigante que camina… ideal para este Halloween.






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