Por fin vinieron a arreglar la ventana. Es contaros que no venían más que a adorarla y, ¡tate!, a
los dos días aparecieron por aquí a ponerse manos
a la obra. Iba a decir que con herramientas pero, tampoco nos pasemos. “Pon
cinta de carrocero alrededor de la ventana mientras echo un vistazo aquí” grita
uno desde el tejado (sí, también hay problemas por allá arriba). “Es que no
traemos” dice el otro tan campante… “Pues vete quitando lo otro con el cutter”
le dice el de las alturas. “Es que nos lo hemos dejado en la furgo” le contesta
el otro. Preludio de cómo se iba a desarrollar todo. “Pues no te quedes ahí
parado y baja a por ello”. “Vale… ¿qué piso era? Pues ahora mismo vuelvo”. 15
minutos tardó la criatura, y tiro por lo bajo, en coger ascensor, bajar, abrir la
furgoneta aparcada a 2 metros de la puerta y coger caja de herramientas. Llama
al telefonillo, sube de nuevo en el ascensor y ya está. Parece fácil, ¿verdad?
Pues tiene su dificultad al parecer.
Resulta que se había olvidado el piso,
también. No puedo deciros qué estuvo haciendo ese cuarto de hora en el portal
del edificio sin probar a llamar a ningún timbre o sin asomarse hacia la calle
dónde nos vería a la perfección, puesto que estábamos tres personas en la
terraza… La cuestión es que cuando ese tiempo indeterminado (en muchos
aspectos…) terminó, se le encendió la luz y pegó un grito. Aún bajó de nuevo,
esta vez a la ferretería. Así no hay quién cosa un tocado, oiga… si es que no… Hay un contubernio orquestado contra La balaca.
No haré comentarios sobre su aspecto, porque si quieres
hacer una sátira sobre la profesión, (maravillosa e imprescindible, por otro
lado) no podrían ir mejor caracterizados…, vamos, pensé que me estaban gastando
una broma cuando les abrí la puerta. Me puse a buscar si había cámaras ocultas,
no os digo más. Nunca me pareció tan
imprescindible mi suegro en una situación, y eso que le adoro, pero si no llega
a estar presente, no sé qué hubiera sucedido…
Como eran veloces como el rayo, quedaron en volver por la
tarde a terminar su trabajo, peroa las 14.15 ya estaban llamando al timbre,
maravilloso. ¿Quién necesita hacer sus cosas, recoger a su hijo del colegio o
comer? Bah, qué tontería… nimiedades.
Lo más grande fue a la mañana siguiente cuando quise subir
la persiana… seré tikismikis, ¿para qué subir o bajar la persiana pudiendo
quedar estupenda en el medio, inamovible, y evitarme una pesada tarea? De
veras, cómo soy… qué ocurrencias. ¿Os imagináis verdad? No, no subía. Y tampoco
bajaba. Igual había que haber echado la espuma de poliuretano con algo más de
cuidado, se me ocurre…
Y venga, Ismael,
que así se llamaba el obrero, viene de nuevo a visitarnos… otra vez la casa
echa un cristo, ese olor indescriptible, mis tocados y sombreros acurrucados en un rinconcito libre
de problemas, polvo y accidentes… y yo cose que te cose entre que abro y cierro
la puerta de la terraza.
Confieso que hubo un momento que tuve ganas de usar
una pistola por primera vez en mi vida, de silicona, por supuesto. Otra vez que
estaba mi querido Tinín para evitar
que sucediera algo irreparable, o en la ventana o con la pistola de silicona… Tengo pocos recuerdos de la serie “Manos
a la Obra”, pero creo que debía ser algo parecido a esto. Claro, luego ves a los “Hermanos Inmueble” (Property Brothers en
Divinity) y te das cuenta cómo nos
engañan…
Es viernes, la ventana está arreglada, Roque no ha ido al pediatra esta semana, le quedan tres días para
cumplir 5 añazos y con mucho esfuerzo e interrupciones he conseguido terminar
tres tocados nuevos. Arantxa y Ana, preparaos que empieza la cuenta atrás
para la sesión de fotos. También os
digo que he amenazado a otra mamá (Bea,
bonita, es todo de broma, tú lo sabes, pero ¡sígueme!…) para que me siga en Facebook y he tenido ganas de utilizar
un objeto peligroso con fines poco éticos. Ya sé por qué me he convertido en un
moco gigante que camina… ideal para este
Halloween.
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